"Uhhhh. ¿Y esto? ¿Está bueno? ¿Me lo prestas?"
Tres preguntas. Tres simples preguntas que llegan como una puñalada inesperada
en nuestras espaldas. Un llamado a la madrugada que nos saca de nuestro bobo
orgullo melómano para devolvernos a la realidad con un baldazo de agua helada.
El amigo inoportuno que revisa nuestra discoteca, acaba de posar su mirada
curiosa e inquisitiva sobre un disco X. Amigo que no satisfecho con sacarlo de su
lugar, abrirlo, revisarlo, también quiere llevárselo prestado a quién sabe qué
lugar. A que ominoso antro de destrucción y desesperanza. El horror. Una novela
de H. P. Lovecraft desarrollándose en nuestra propia casa.
A esta altura del partido sabemos bien que da lo mismo. No
importa que nos pidan prestado una copia de un disco que podemos conseguir con
una breve excursión a la disquería o una edición limitada enchapada en oro que
tuvo una sola tirada en 1997. Es un detalle. Todo lo que integra nuestra
discoteca adquiere una relevancia sagrada. Fríos sudores recorren nuestra
espalda cuando un elemento de nuestra colección logra, a pesar de nuestro
pataleo, transponer la puerta en manos extrañas.
Somos obsesivos. Si. Lo decimos fuerte y con orgullo, a lo
James Brown (?). Como electrificarlos puede ser una medida extrema (o no...)
los discos puestos en orden alfabético colaboran con el control de la
situación. Al igual que la planilla de excel con el contenido permanentemente
actualizado, que sirve para realizar un chequeo cruzado de información, cada
vez que una visita se retira de nuestra morada. De esta forma, podemos
identificar cualquier falta o desorden.
Que no cunda el pánico.
Claro que no somos infalibles y estas precauciones pueden
ser burladas. Pueden tomarnos desprevenidos y con la guardia baja, aprovechando
el descuido para cometer sus fechorías. Como esa muchacha a la que solíamos frecuentar que se llevo Bicicletas de Serú Girán, y nos devolvió tiempo después
la caja con un CD de Memphis La Blusera. O el soundtrack de Pulp Fictión, que
salió de casa para musicalizar una fiesta y nunca más regreso.
No es fácil la vida del melómano. No caben dudas de eso. El
debate ya está planteado: Prestar o no prestar, esa es la cuestión.
Es hora de hacer una campaña de sinceramiento (?) y publicar el nombre de la sustraedora de discos y almientadora ese ya histórico post al que hacés referencia.
ResponderEliminarPor muchos años fui así de neurótico como planteas. Pero actualmente, no necesito proteger mi discoteca, porque hace años que nadie me pide un disco prestado.
ResponderEliminarEs cierto. Con el tiempo, cada vez se piden menos discos prestados.
ResponderEliminarMejor dejarla en el anonimato, Brandolini. Ya hizo demasiado daño (?)
ResponderEliminar"Uhhhh. ¿Y esto? ¿Está bueno? ¿Me lo prestas?" Tres preguntas. Tres simples preguntas que llegan como una puñalada inesperada en nuestras espaldas". -> +1
ResponderEliminar