Por Clara Sirvén y el autor.
Durante un mes fuimos uno solo, un NO ME CALMO, una misma
ilusión, un mismo rival, una misma puteada. Un montón de personas gritando a la
vez a un árbitro ciego o a un tiro libre mágico. Un mes de contar los días,
planear comidas, preguntar "¿dónde lo ves?", festejar en el subte
(real), ponerle tapados celestes y blancos a los perritos, pintar la cara de
nuestros hijos con los colores de la camiseta, de la bandera, del país.
Un mes de salir a la calle y escuchar bocinazos, y que de la
nada alguien grite "Vamos Argentina!", y la cuadra festeje, aplauda,
lo grite otra vez. Un mes de abrazarse con desconocidos, tener ganas de vomitar
de nervios, alguna que otra lágrima y amar al equipo primero y a los
individuales después.
Un mes en el que muchos se largaron a la ventura de
conquistar tierras brasileras al compas del decime que se siente, mientras
otros tantos se entregaban (nos entregábamos) a la televisión en casa, el
streaming de video en la oficina y los teléfonos celulares en la calle. Dónde
sea y cómo sea. La consigna era estar pendiente del mundial. Porque la
sensación de estar viviendo algo histórico nos fue ganando (aquí y allá) con el
correr de la pelota en el verde césped.
Un mes de postergar reuniones, proyectos, ideas, un mes de
hasta olvidarse de que el corazón está roto, o que se tiene que terminar de
romper, un mes de decir "después del mundial" y lo que sea.
Un mes de leer a todo el país decir "no dormí", o
"qué alegría", o "la concha de tu madre", o putear a
Annalisa Santi, un mes completo de una sola meta, esa alegría que parece que
nos hace falta, que nos sirve para levantarnos más contentos, acostarnos más
contentos.
Un mes en el que, por fin, logramos atravesar el Rubicón de
los cuartos de final. En el que pasamos de los cuestionamientos previos a la
certeza y esperanza desatadas por el viaje interior de un equipo, que se fue
convirtiendo en tal a medida que fue saltando etapas. Se fueron veintidós jugadores
y una estrella. Volvieron veintitrés héroes.
Un mes a puro carbohidratos y birra, un mes sin límite de
horario, ni de lugar, donde sea que hay que ir se va, y después vemos cómo se
vuelve. Un mes de escuchar boludeces sobre Messi, milagros de Mascherano, los
abdominales de Lavezzi y el culo del Pipa. Nunca nadie gritó tantas veces
"Vamos Chiquito" como nosotros, nunca. Nunca tanta gente panquequeó
tan orgullosamente desde el “Andate Sabella” de mayo al “Gracias Sabella” de
hoy, nunca tanta emoción a la vez en un pequeño y gran país.
Un mes para volver a confirmar, como hacemos cada cuatro
años, que ese arte que se juega con los
pies al que llamamos fútbol, nos conmueve hasta límites insospechados, de forma
que pocas otras cosas pueden hacerlo (tal vez la música sea una de ellas), poniendo
todas nuestras emociones a flor de piel, listas para explotar con un grito de
gol, o con el silbatazo final del árbitro.
Un mes. Doscientos siete equipos abajo, tan sólo uno arriba.
Y el dueño de casa ni siquiera en el podio. Estamos muy bien. Gracias selección.
PD: Ahora sólo faltan 1424 días para Rusia 2018.
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