Foto: Tomas Correa Arce / http://www.tommyboy.com.ar/
Franz Ferdinand se presentó por cuarta vez la Republica Argentina el viernes pasado.
Poco menos de dos horas le alcanzaron a la banda escocesa liderada por Alex
Kapranos para demostrar que el rock de guitarras bien puede ser algo bailable y
convertir al Estadio Malvinas Argentinas en una especie de peculiar discoteca
en el barrio de Paternal.
La reacción del público a los primeros acordes de Bullet,
tema con el que el grupo abrió su show, fue la primera señal de lo que vendría.
Un recital en el que prácticamente FF no dio respiro, intercalando sabiamente los
hits, esos que funcionan de forma infalible, como para mantener la tensión
siempre alta. A los pocos momentos musicalmente calmos, les seguía inmediatamente un explosivo climax de riffs y distorsión
como para devolver todo a su lugar.
El cambio de escenario, en un principio el recital iba a
realizarse en el descampado pomposamente llamado Complejo Vicente Lopez al río,
fue un acierto. Bajo techo, la propuesta de Franz Ferdinand se luce y resulta
mucho más efectiva que en un lugar abierto.
En vivo, los escoceses son un reloj. Una bola de ruido
(sauna de lava eléctrica) perfectamente organizada. Los roles parecen estar muy
claros en la dinámica de la banda. El bajista Bob Hardy y el baterista Paul
Thomson son los sobrios encargados de brindar la plataforma sobre la cual el
guitarrista, tecladista y ocasional vocalista Nick McCarthy y Alex Kapranos
montan su show, bailando, saltando, arengando al público, cubriendo el
escenario de punta a punta.
This fire, el tercer tema de los bises, puso las cosas al
rojo vivo, al borde de salirse de control y prender fuego a la banda, al
público, al estadio y la ciudad entera. Veintidos canciones después de aquel adrenalínico
comienzo con Bullet, Kapranos y compañía entonaron la despedida final a pura
melancolía con Goodbye lovers and friends. El cierre de una noche a la que sólo
le falto la bola de espejos en el techo.
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